Un nuevo puente para mi. Tori Amos.
12-01-2007
10-01-2007
Monstruo_32
Bajé. Quería algo distinto, algo que deshabituara mi visión ocupada por lo mismo. No quiero más algunos días, quiero siempre. Decidido a darle un cambio a mi vida, resolví indagar en las bondades de la comunicación.
Monstruo_32 respondía, contestaba, afirmaba y preguntaba, de vez en cuando negaba (generalmente cuando él negaba también), algún gesto, alguna noticia distinta. Estuvimos en esas un par de semanas, hasta que él decidió que ya era hora de vernos. Afirmé, pero sin una estampa que reflejara alegría total o placer, sino que con un nudo en mi estómago. El miedo se incrementaba con el pasar de las horas, y mi ansiedad carcomía mis uñas, que ya estaban practicamente rotas por las noches previas. Aunque el nerviosismo y la curiosidad, me daban pánico; también parte de mí, estaba feliz y jubiloso, lleno de plenitud, y todo porque ya lo estaba consiguiendo. Tal placidez no se reflejaba en mis ya transparentes uñas y dedos, sino que en lo que nadie logra ver , y que ni siquiera se me irradiaba en uno de mis ojos (el otro lo había perdido en un accidente, un cuchillo). Esa noche escondí mis manos.
Llegué al paradero veinte minutos antes de la cita acordada, ya que esperaba que él me reconociese a mí, a Monstruo_32, y no yo a él, a sólo él.
Tarde calurosa. El lugar era el indicado: fresco. Lo vi, me vio, me di vuelta estúpidamente, de a poco comencé a sentir sus pasos que se acercaban. Los pelos se me erizaban, y me palpitaba el lado derecho. Me di vuelta, lo miré, me miró, sonrió. Me hubiese ahorrado toda la incomodidad de la anticipación a..., si hubiese tenido la certeza, algo así como la firma de un contrato, que atestiguara, afirmara y materializara, las bondades, la ternura, la recepción y la simpatía con la cual pasaría el día junto a él. Chocolates, risas, películas, televisión, actrices, personajes históricos, mucha música, familia, más risas, aún más risas, cantos y bailes, y una caminata de varios kilómetros, acompañaron al placer de su simple y sencilla compañía.
Esa misma tarde me exigió que le diera la mano. Luego de innumerables titubeos accedí a dársela, claro que obviamente no observé la cara que pondría al vérmela, así que por eso cerré el ojo.
-Todo está bien-, me dijo, luego de ver mi mano. Al rato de tocarla, me abrazó y le dio un beso a mi mano.
-¿Seguro?-, le pregunté, mirándolo con insistencia y con sorpresa, una sorpresa que reclamaba la correspondencia de la esperanza. Necesitaba asegurarme.
-Si, hombre. Relájate.
Me miró al ojo, y fue como una catarata de alivio, y también de rejuvenecimiento, todo esto empañado con una nueva dosis de la autoestima robada y pisoteada.
Otras horitas más, ahora de la mano.
Se acercaba el término, el minuto de volver a subir. Al comunicárselo, supuse una cara de tristeza, y gracias a Dios que fue lo que observé. Me tomó de la cintura, y me besó los labios. Para mi vulnerable suerte, comencé a sangrar de mi labio inferior. Al terminar el beso, le dije:
-Perdón, disculpa... no fue mi intención-, mientras sacaba de mi bolsillo, un trozo de papel para limpiarle su boca.
-No te preocupes-, replicó. Sus ojos fulguraban lo más puro que habría imaginado - mírame, mírame-, me dijo, mostrándome con su dedo índice, que él también estaba sangrando, claro que de su labio superior. Sonreímos y nuestras sangres se intercambiaron. Y lo que me había sido vulnerable, ahora me era lo más seguro que pudiese existir. Desde esa tarde, desde esa aquella bellísima tarde, ya no sería más "sólo él", sino que ahora "mi monstruito".
Mientras subía, el labio no me dejó de sangrar. "Ojalá que el labio de él también", pensaba mientras me disponía a dormir.
Nuevo día, nuevo sol, nuevo todo. El labio dejó de sangrar por un rato, mis manos ya no las ocultaba, veía con el mismo radio de visión de hace unos años atrás. Mi espíritu era acompañado de nuevos sentimientos, me sentía como si cada parte de mi cuerpo se estuviese configurando de una nueva y dicotómica manera, sólo por haber sentido en el alma. Sin duda yo era el pie que se alejaba y se aislaba del mundo, y él, la mano, el brazo que me iba a rescatar y salvar del hundimiento. Todo un sorta de fairytale. Tenía ojos, manos hermosísimas, rostro aceptable. No faltaba absolutamente nada, ni sobraba lo más mínimo.
Al comenzar a bajar, tropecé.
Lo volví a ver a la salida del metro. Su cara ya no era la misma, no era el monstruito semejante y sinónimo, su labio no tenía ni siquiera la más ínfima cicatriz de haber sangrado. El mío, al verle, sufrió la hemorragia más larga, y también la más penosa. Te vi, me viste, corrí a abrazarte, te escondiste. Nunca más lo encontré, por más que intenté en buscarlo, mas todo esfuerzo fue en vano. Estuvo ahí sólo el tiempo que quiso, no el que yo estaba dispuesto a entregarle, ni a recibir. Mis manos se volvieron a arrugar, a volverse feas; sólo miré por un ojo, pero lloré como si tuviese miles de ellos; mi labio dejó de sangrar, pero quedó con una alforza repugnante y patética.
A duras penas subí. Y ya no quiero salir nunca jamás. Sólo quiero volver a habituar mi visión, aquella visión que era ocupada por lo mismo. Sólo y solo yo viviré.
R.A.
Monstruo_32 respondía, contestaba, afirmaba y preguntaba, de vez en cuando negaba (generalmente cuando él negaba también), algún gesto, alguna noticia distinta. Estuvimos en esas un par de semanas, hasta que él decidió que ya era hora de vernos. Afirmé, pero sin una estampa que reflejara alegría total o placer, sino que con un nudo en mi estómago. El miedo se incrementaba con el pasar de las horas, y mi ansiedad carcomía mis uñas, que ya estaban practicamente rotas por las noches previas. Aunque el nerviosismo y la curiosidad, me daban pánico; también parte de mí, estaba feliz y jubiloso, lleno de plenitud, y todo porque ya lo estaba consiguiendo. Tal placidez no se reflejaba en mis ya transparentes uñas y dedos, sino que en lo que nadie logra ver , y que ni siquiera se me irradiaba en uno de mis ojos (el otro lo había perdido en un accidente, un cuchillo). Esa noche escondí mis manos.
Llegué al paradero veinte minutos antes de la cita acordada, ya que esperaba que él me reconociese a mí, a Monstruo_32, y no yo a él, a sólo él.
Tarde calurosa. El lugar era el indicado: fresco. Lo vi, me vio, me di vuelta estúpidamente, de a poco comencé a sentir sus pasos que se acercaban. Los pelos se me erizaban, y me palpitaba el lado derecho. Me di vuelta, lo miré, me miró, sonrió. Me hubiese ahorrado toda la incomodidad de la anticipación a..., si hubiese tenido la certeza, algo así como la firma de un contrato, que atestiguara, afirmara y materializara, las bondades, la ternura, la recepción y la simpatía con la cual pasaría el día junto a él. Chocolates, risas, películas, televisión, actrices, personajes históricos, mucha música, familia, más risas, aún más risas, cantos y bailes, y una caminata de varios kilómetros, acompañaron al placer de su simple y sencilla compañía.
Esa misma tarde me exigió que le diera la mano. Luego de innumerables titubeos accedí a dársela, claro que obviamente no observé la cara que pondría al vérmela, así que por eso cerré el ojo.
-Todo está bien-, me dijo, luego de ver mi mano. Al rato de tocarla, me abrazó y le dio un beso a mi mano.
-¿Seguro?-, le pregunté, mirándolo con insistencia y con sorpresa, una sorpresa que reclamaba la correspondencia de la esperanza. Necesitaba asegurarme.
-Si, hombre. Relájate.
Me miró al ojo, y fue como una catarata de alivio, y también de rejuvenecimiento, todo esto empañado con una nueva dosis de la autoestima robada y pisoteada.
Otras horitas más, ahora de la mano.
Se acercaba el término, el minuto de volver a subir. Al comunicárselo, supuse una cara de tristeza, y gracias a Dios que fue lo que observé. Me tomó de la cintura, y me besó los labios. Para mi vulnerable suerte, comencé a sangrar de mi labio inferior. Al terminar el beso, le dije:
-Perdón, disculpa... no fue mi intención-, mientras sacaba de mi bolsillo, un trozo de papel para limpiarle su boca.
-No te preocupes-, replicó. Sus ojos fulguraban lo más puro que habría imaginado - mírame, mírame-, me dijo, mostrándome con su dedo índice, que él también estaba sangrando, claro que de su labio superior. Sonreímos y nuestras sangres se intercambiaron. Y lo que me había sido vulnerable, ahora me era lo más seguro que pudiese existir. Desde esa tarde, desde esa aquella bellísima tarde, ya no sería más "sólo él", sino que ahora "mi monstruito".
Mientras subía, el labio no me dejó de sangrar. "Ojalá que el labio de él también", pensaba mientras me disponía a dormir.
Nuevo día, nuevo sol, nuevo todo. El labio dejó de sangrar por un rato, mis manos ya no las ocultaba, veía con el mismo radio de visión de hace unos años atrás. Mi espíritu era acompañado de nuevos sentimientos, me sentía como si cada parte de mi cuerpo se estuviese configurando de una nueva y dicotómica manera, sólo por haber sentido en el alma. Sin duda yo era el pie que se alejaba y se aislaba del mundo, y él, la mano, el brazo que me iba a rescatar y salvar del hundimiento. Todo un sorta de fairytale. Tenía ojos, manos hermosísimas, rostro aceptable. No faltaba absolutamente nada, ni sobraba lo más mínimo.
Al comenzar a bajar, tropecé.
Lo volví a ver a la salida del metro. Su cara ya no era la misma, no era el monstruito semejante y sinónimo, su labio no tenía ni siquiera la más ínfima cicatriz de haber sangrado. El mío, al verle, sufrió la hemorragia más larga, y también la más penosa. Te vi, me viste, corrí a abrazarte, te escondiste. Nunca más lo encontré, por más que intenté en buscarlo, mas todo esfuerzo fue en vano. Estuvo ahí sólo el tiempo que quiso, no el que yo estaba dispuesto a entregarle, ni a recibir. Mis manos se volvieron a arrugar, a volverse feas; sólo miré por un ojo, pero lloré como si tuviese miles de ellos; mi labio dejó de sangrar, pero quedó con una alforza repugnante y patética.
A duras penas subí. Y ya no quiero salir nunca jamás. Sólo quiero volver a habituar mi visión, aquella visión que era ocupada por lo mismo. Sólo y solo yo viviré.
R.A.
Referencias:
Mis Cuentos
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