Con Josefina siempre nos vemos: por horas nos miramos al pasar. Y luego de dar la orden nos tomamos de la mano fuerte y sudorosamente. Te lamo el sudor, Josefina querida. ¿Caminamos al departamento para poder lamerte a conciencia? Angustiadísimos caminamos- o caminé. Lo arrendé por un par de horas. A Josefina le encanta correr a mi lado. Nos apuramos, sin soltarnos, sin perder el sudor. A mí, en cambio, me gusta correr, caminar y parar.
Al llegar cantamos:
Mirarás el cielo azul/ y no tendrás escapatoria/ y no tendras miedo/ ni mirarás por la ventana/ ¡Oh mi Clementina de encantos huidizos!/ ¡ven!, ¡ven!/ y ven...
La inventamos tras la lectura de la etiqueta del cereal. Era raro, pero en ese departamento sólo había cereal (y una cama, por supuesto). La etiqueta pintarrajeada de cielo morado nos favoreció a la claridad del día y al encarcelamiento en la cúpula astral. De ahí la canción.
-Para de dar tantas explicaciones, mi muchacho.
-Bueno, Josefina, Josefina: ilusión.
Te rocé en el encanto de tu pegajosa mano. Y tú seguías mirando la ventana. Me encantas, Josefina. E hicimos el amor mirando por la ventana: y sin preámbulos, sin nada. Josefina no es como las otras mujeres. Y no explicaré más.
Tras comer cereal, y aún pegoteados de cuasi-vida, tropezamos a las paredes y caminamos hasta encontrarte pegada a mi pecho en busca de líquidos impropios. Y continuamos. Caminar. Besar. Aspirar. Succionar. Trepar. Palabrear. Rozar. Cantar. Bailar. ¡Y todo en las paredes del departamento! Me morí cuando te subiste al techo. Bajaste repentinamente a la ventana.
Josefina ríes y cantas al mismo tiempo. Y bebo tu sudor. Y esperas a la pregunta.
-Te ves hermosa. Nunca sé qué decir.
-Pero mírame.
-¿Y tú?
Y te dibujé en la pared, y nada. Y te prometí vida infinita, y nada. ¿Qué mirará? Me recuerda a nada: yo nunca miro a través de la ventana. Y la vida eterna, pero nada. Y la vida frenética de la diversión entramos dos, y nada.
Intenté callarme como siempre, y nada.
[...]
Parecía un arpa. Esperaba mi sonido a tu mirada. Y nada.
Trepaste al muro. ¿Alguna respuesta? Alzaste la voz y caíste a mis brazos y fina, ¡sé fina! Y me hacías callar.
-No sé dibujar. Te regalo el cielo de la etiqueta.
Y [me] amaste más de dos horas, pero mirando por la ventana.
Siempre [te] pierdo, Josefina huidiza.
-Josefina eres una ilusión- terminé.